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PEQUEÑOS VALIENTES

Me vais a permitir un momento de orgullo materno (otro), pero es que mi pequeña Miss Sunshine ha empezado ya primaria, con la emoción de lo desconocido y su alegría natural para enfrentarse a nuevas experiencias. Vuelve de su primer día en un nuevo colegio menos animada de lo esperado. Quizás las expectativas estaban muy altas, pero allá que va encantada a por su segunda jornada. Y me admira, no puedo evitarlo, porque a todo le pone buena cara, a cada cambio al que la arrastro, ella se adapta como un pececillo en un nuevo estanque. Soy injusta cuando me enfado porque se pone ñoña y olvido su audacia en otras ocasiones. Pero sería tan maravilloso que mantuviera ese espíritu intrépido, esa falta de miedos y corsés que terminan comiendo el terreno a la osadía. Me conformo con que su entusiasmo y su curiosidad ganen la batalla con la llegada de la pubertad.

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Esos locos bajitos, que cantaba Serrat, nos dan cada día una lección sobre cómo afrontar la vida. Se levantan con una sonrisa, encaran la mañana con la ilusión de iniciar un nuevo juego, sin miedo al fracaso o a ser juzgados, y se lanzan al mundo a descubrir lo que tenga que mostrarles. Su tiempo es el presente, sin espacio para rencores o  problemas más allá del «no te ajunto». Nosotros, sus padres, intentamos dirigirles, allanar un camino que estará lleno de piedras, les marcamos unos hitos que creemos convenientes y nos empeñamos en volcar nuestras expectativas, ridículas en la mayoría de los casos. Si sólo aprendiéramos un poco más de su forma de ver las cosas…

Leo un artículo sobre cómo renunciamos al dibujo al llegar a la adolescencia, empujados por una educación que olvida, entre otros, el arte, la inteligencia emocional y la espacial, así como por una sociedad que condiciona la percepción de todo  a sus cánones estéticos: «esto es bueno, esto es malo». Con la ausencia del dibujo coartamos nuestra creatividad, la estimulación de nuestra imaginación y la manera de observar y comunicar. Perdemos, así, a nuestro niño. Olvidamos muy deprisa, cada vez más, la candidez de la infancia, la inocente lógica de sus  planteamientos: si te das un beso, ya estás casado; eres un papá porque sabes silbar; si me escondo, soy invisible. Este mundo corre mucho y enseguida relegamos la importancia de esos maravillosos años, aunque los tengamos retratados miles de veces en teléfonos móviles.

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Paremos un momento y observemos la valentía de nuestros niños. Son pequeños superhéroes con grandes misiones que cumplir. La misión de recordar que la «b» mira para la derecha o que el tenedor se agarra con la mano izquierda. Con el valor de meterse en el agua para aprender a nadar y conseguir dar una brazada más. Con el propósito de jugar en el parque, hacer nuevos amigos, llenarse de arena y correr hasta caer rendidos. Esas empresas extraordinarias que a nosotros nos parecen tan simples y que para ellos son enormes escalones en su caminar. Saquemos sin miedo el niño interior, como hace mi querido Mr. Good, y dibujemos garabatos. Yo, la primera. Porque el mundo es de los valientes.

 

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