Cuando llueve en Singapur lo hace con rabia. Llueven gatos, perros, cántaros y jarros. La Virgen de la Cueva se excede en su cometido y menosprecia calabobos y txirimiris. El cielo se vuelve ceniza y los caracoles esconden sus cuernos sin sol. Las nubes lloran ríos y mares, se despeinan y alborotan, se ofuscan, se agitan y crujen. Descargan con saña rayos y centellas que abren brecha en la oscuridad de la tormenta. Retumban los cristales en la berrea de los cúmulos luchando por imponer su autoridad. Cae con violencia un chaparrón que no cesa, la criatura tropical de un nimbo preñado.
La lluvia limpia los malos humos, purifica el ambiente, lava conciencias. Aunque no llegue a monzón de los que arrasan poblados o castigan el censo, el agua brota de alcantarillas en torrentes vertiginosos, de acequias donde fluye con fuerza trepidante, de bajos superados por el caudal de las avenidas. Pluviosidad desmesurada que renueva la vida y sacude existencias. Las gotas oblicuas voltean paraguas, los bailan, los giran, retuercen varillas y ondulan sus telas.
Las calles se llenan de parabrisas empañados, contraste de los grados gélidos del interior de los coches con la humedad sofocante de la atmósfera. Se empapuza el día, se ciernen los nubarrones y asciende el vapor de la calzada. El ritmo de la ciudad se ralentiza, transitan los peatones entre charcos y círculos de vaho. Galerías, marquesinas, soportales o entoldados nos resguardan de goterones que se aceleran hasta formar un diluvio frenético. Deja cabellos abatidos, pies anegados, ropa calada, duchas imprevistas. Deja una medida cúbica que juega traviesa con el Niño y extiende su risa más allá de la estación pertinente.
Cuando llueve, aguardo tras los cristales a que cese el espectáculo de sombras y furia. Distraigo la melancolía recortando dientes de vampiro y garras de lobo con mi pequeña Miss Sunshine. Inventamos historias de nubarrones indecisos que arrastran los muebles de su morada volátil y lanzan alegres destellos cuando chocan las manos con cirros que hace tiempo no veían. Consuelo el sobresalto que causan los truenos y anticipo sus abrazos atemorizados si el estruendo es nocturno. Cuando llueve, me visto de invierno y me refugio en el hombro de mi querido Mr. Good, en un sueño de rayos de sol y playas de besos.
Con tus palabras siento el frío y la humedad de la lluvia en mis huesos, y como jarrea !!!!!!
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Frío poco, pero refresca algo…
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Qué bonito escribes, sister, sigue, más, quiero más!!!
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Qué vas a decirme tú 😍
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Mirar la lluvia desde el cobijo de mi casa tras los cristales y , como dice la canción, ver gente correr era un pequeño placer… El ambiente que tu describes es diferente,por la diversa temperatura, pero la sensación de verla desde la protección es la misma.
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Es muy bonito ver caer la lluvia protegidos. Salvo si se suceden días y días…
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Sí, se pierde la poesía
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