Vivo a 16.000 kilómetros de mi familia y acorto esa distancia como puedo, con visitas anuales, con llamadas, con mensajes, con todos los medios posibles. Pero desde que me fui, sabía que algún día tendría que volver de urgencia. Es algo que asumimos todos los que vivimos lejos. Ésta ha sido la ocasión: un problema grave de salud que nos ha tenido en vilo a un lado y a otro del mundo. Los días se hacían eternos sin noticias, esperando que las siete horas de diferencia permitieran ponernos al día con el parte médico. Los sobresaltos nocturnos, la duda, los silencios para protegerme, la preocupación, la culpa. Todo se amontonaba en mi cabeza, bloqueada por el miedo.
Decido no esperar más y pongo rumbo a España con mi pequeña Miss Sunshine. Vuelta a casa, no sin antes organizar lo que dejo pendiente: compromisos, clases, excursiones del cole. Nada complicado, nada comparable a dejar a mi querido Mr. Good solo, sin su propia familia. De nuevo noviazgo a distancia, para descubrir, una vez más, que resistimos fronteras y husos horarios tan enamorados o más que al principio. Descubro también el cariño incondicional de las amigas que me acompañan en Singapur. Sin dudarlo, como una piña, todas y cada una se ofrecen en lo que pueden, desde un billete de avión a las últimas compras, el cuidado de Frida con todo el mimo que necesita o entretener a mi querido Mr. Good con diferentes planes. Me quedo sin palabras para agradecer este capote de amor que me emociona.
Llegamos a Madrid, a los abrazos y besos de mi familia, que nos reciben directamente en el aeropuerto. Todos unidos para cuidar de mi padre, ellos me superan con la carga de días en vela. Aire fresco en la sonrisa de mi pequeña Miss Sunshine que contrasta con el ambiente denso de la habitación del hospital. Las jornadas caen a plomo en un cuerpo añejo pero activo hasta hace poco. Pensamientos inconexos que nublan una cabeza lúcida a intervalos, sometida a la ausencia del presente. Del futuro, quizás. Decisiones, cansancio, responsabilidad, sueño y deber. Lo que haga falta para salir de ésta y alargar una vida intensamente vivida. El dolor amortiguado, el sufrimiento y la angustia atragantados.
Veintidós días y veintiuna noches nos devuelven la sombra de mi padre, cercenado y condenado a una dependencia inevitable. Acompañamos la soledad del enfermo en un tiempo de emociones que permite entendernos de nuevo con una mirada. Nos sentimos agradecidos a enfermeras y auxiliares que traspasan los límites de la atención, y a médicos que deciden lo que no entendemos. Al final de todo, aunque aún queda mucho recorrido para la recuperación, nos queda la familia, nuestra historia. Sólo tendremos eso, ni rencores ni amarguras, sólo el cariño cuando el camino se acabe.
Hay Susana qué bonito. Se me ha saltado alguna lagrimita. La familia es lo más importante, la propia y la que creamos, en la que incluyo a los amigos, porque también son familia. Un beso muy fuerte y ya sabes donde estamos (no hace falta que te lo diga)
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Es duro pasar estos momentos, pero aquí se demuestra quiénes son tus verdaderos amigos, y los que ya sabía que eran de verdad, no me han fallado, y mi familia como una piña, Gracias
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Jo, niña!!!
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La familia es el cariño más grande y fuerte que tenemos. Mucho ánimo❤️
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ANIMOS!!! LA DISTANCIA SIEMPRE LO VUELVE TODO MAS GRANDE, LO BUENO Y LO MALO. LO IMPORTANTE ES QUE AHORA ESTEIS TODOS BIEN. UN ABRAZO GRANDE.
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La familia es imprescindible y aunque en muchas ocasiones muchos kilómetros nos han separado, al final siempre estamos ahí los unos para los otros. Espero que todo vaya bien. Precioso texto 🙂
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Animo cariño. Me ha encanto como has sabido plasmar lo que se siente cuando estás lejos y alguien está en el hospital. Totalmente identificada, me encanta como eres capaz de traducir en palabras sentimientos, tanto alegres como amargos. Un besazo enorme
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Gracias! 😍 Me encantó veros, aunque fuera un segundo.
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