En uno de los recuerdos de mi infancia me veo acompañando a mi madre al mercado. Como en un déjà vu, algunas mañanas agarro mi carrito y recorro los pasillos mojados de Tekka Market, una galería en Little India donde abundan pescados, carnes y verduras. Son dos plantas abiertas al exterior en las que se distribuyen los puestos de alimentos, los locales de comida, las mesas donde degustarla y las pequeñas tiendas de ropa y accesorios varios, principalmente de influencia india. En este batiburrillo es donde voy forjando al ama de casa que no sabía que llevaba dentro. Porque hasta hace casi tres años, aparte de no saber cocinar, la compra la hacía por internet o en una gran superficie, donde me entretenía más viendo cosméticos y ropa que aprendiendo a diferenciar la aguja del solomillo.
Ahora me arrepiento de no haber prestado más atención a mi madre cuando elegía los mejores filetes de ternera o pedía que le limpiaran un rodaballo. Porque yo llego al mercado como el que va a un acuario: veo los pescados, los despieces de carne, las verduras sueltas y me dan ganas de hacer fotos, porque otra cosa, no me sale. Valga como excusa que aquí las pescaderías exhiben especies que no conocía ni como buceadora, que a ver quién es el guapo que sabe qué compra cuando Word Reference traduce catfish como bagre y que para mí la carne, como a los niños: limpia, sin nervio y muy tierna.
El caso es que esta aventura cotidiana empieza a ser una experiencia interesante, aunque sólo sea por el vocabulario que voy aprendiendo. Porque no hay escuela que te enseñe a pedir cuarto y mitad, el pollo lo quiero en cuartos o me limpia el pescado y me lo parte en filetes, cuando el que tienes en frente es un señor oriental y no de Entrevías, que te entiende mejor. Además, hay verduras que no sé muy bien qué hacer con ellas, una vez que me sacas del tomate-cebolla-calabacín-zanahoria, porque vegetales como el camote, el quimbombó, el pak choi o el pandan me hacen sentir que lo de ciudadana del mundo es un cuento.
En el aspecto práctico, además del conocimiento, lo que importa es encontrar precios razonables y salir del supermercado para expatriados, donde nos sangran sin consideración. De acuerdo que la oferta es más occidental en muchos casos y encuentras joyas como los «picos» de pan o galletas María de toda la vida, pero que te cobren un pimiento verde (uno solo) a casi 4€ o el jamón de York al doble que en España, duele. Mucho. Y luego está la fruta, que a pesar del aspecto tropical, no sabe a nada, o porque es así o porque viene congelada, no lo tengo claro. Ya sé, siempre nos quedará el durian, de cuyo olor ya os he hablado, pero me niego categóricamente a probarlo. Así que innovo lo que puedo en la cocina y sorprendo a mi pequeña familia de vez en cuando, que por ahora, no se han quejado los benditos.
Os dejo a continuación mi primer (y seguramente, último) sonetillo, inspirado en mis andanzas de aprendiz de maruja, para sacaros una sonrisa el fin de semana:
Despunta ya la mañana,
me alisto y a comenzar.
Ropa sucia que lavar,
desayuno una manzana.
La compra de la semana
en recetas de revista.
Creo música en mi lista,
poemario de nutrientes,
recuento de los presentes
y al mercado lo que dista.
Sabrosos tomates rojos,
patatas, calabacines,
estantes de colorines,
variedad sana de antojos.
La vaca hecha despojos
sirve la carnicería.
Trofeos de casquería
aborrecen mis sentidos,
aún resuenan los mugidos
de la triste vaquería.
Los ojos de una langosta
observan tras los cristales
la gula de los mortales:
ella quiere ver la costa.
Me saluda hasta el pollero
con manos de ave sucinta,
tatuajes de su quinta
ilustran su brazo entero.
Tiro del carro y me muero
bajo el sol sudando tinta.
Jajajaja!! Gloria Fuertes que estàs en los cielos.
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¡Uy, ya quisiera yo!
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Ja, ja, ja!!! Eres la caña de España, sister!!!
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Ya me conoces 😉
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Te comprendo, aunque muy amenor escala yo tengo una esperiencia similar.
En mi primer trabajo, yo me mude a otra comunidad y como ama de casa de «mi casa» me dirigí al mercado a coprar y se me antojó la carne que me preparaba mi madre. Al carnicero le pedí guiarra, ante esto el carnicero no supo que era ( yo tampoco entonces) y claro no se lo supe explicar.
Años mas tarde, en mi casa, en el Pais Vasco, también pedí al carnicero «guiarra» ( vasco-parlante) y me respondió que de qué. Me aclaró que «guiarra» es músculo y le tenía que aclarar de que quería el músculo.
Mas tarde me enteré que mi madre se refería a guiarra para el solomillo de cerdo.
Otra enseñanza…
Por cierto, dado que tu vives en esos confines te podría interesar colaborar en mi blog. En mi página manualdemano.com tengo un apartado denominado «Nuestro espacio» en él se publican imágenes de elementos muy significativos, empecé con los lavaderos por la especial relación que he tenido con ellos, trampantojos, esculturas vivientes, ahora los kioscos de música… junto con alguna explicación de forma que todos nos beneficiamos y aprendemos de el recorrido de los demás.
Me encantaría contar con tus aportaciones.
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Los platos de casa nos acompañan siempre, y eso es un pequeño homenaje a nuestras madres, en muchas ocasiones.
Encantada de colaborar en tu blog. A ver qué me sale!
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Gracias. Todos nos vamos a enriquecer. Escribes muy bien y las imágenes que nos puedas aportar van a engrandecer «Nuestro espacio» Tus contribuciones envía las a manualdemano@gmail.com.
Gracias
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jajaja, como te entiendo….. El durian ni lo pruebes, con el olor nos lo dice todo
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El durian es el demonio 😄
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Eres una genia!! Love
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Jajaja, son solo aventuras cotidianas 🙂
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A mi me gusta ir al mercado jaja uno ve de todo, y también me trae buenos recuerdos con mi abuela, que iba bien temprano a comprar 😛
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Es un precioso recuerdo, tan asociado a muchos sentidos.
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