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DÉJALO TODO

Mi amiga Vanesa se ha tomado un año sabático, ¡qué envidia! Lo deja todo y se va a viajar, a vivir aventuras. Será el destino quien decida por ella y le lleve donde el viento sea favorable. Hay que ser muy valiente para hacer eso, lo habrá escuchado mil veces desde que decidió irse. También le habrán dicho qué ganas, si yo pudiera… Ella no tiene cargas familiares, cualquiera pensaría que así es muy fácil. Pero hay que hacerlo: ahorrar un poquito, echarle un par, hacer el petate y lanzarse por esos mundos de Dios. Tienes que arriesgarte y cruzar los propios límites. Y no todo el mundo es capaz.

zona-confort

Veía su foto de despedida, en el aeropuerto, con su mochila a cuestas y su cara entusiasmada. Mira por última vez hacia atrás, con una mezcla de ilusión y vértigo en los ojos, pero sin miedo, aunque su vida está a punto de cambiar para siempre. Porque una experiencia así te transforma, te enfrenta a tus demonios y a tus virtudes, te expone, te desnuda, te muda la piel. Cuando regrese, si lo hace, será otra Vanesa, distinta a la de la foto en la terminal de salidas. Entonces me doy cuenta de que no debería sentir envidia alguna (sana, por supuesto), porque yo lo hice, fui capaz: lo dejé todo y me lancé al vacío. Había una red tupida esperándome en forma de Mr. Good. Y si eso hubiese salido mal, la red familiar habría aguantado el golpe a fuerza de comprensión y cariño. Así también es más fácil, pero hay que dar el paso y olvidar las certezas que uno pudiera tener sobre su destino para crear uno nuevo. A veces llega el momento en que el cuerpo nos pide dejarlo todo y arriesgarnos, bien sea por un sueño, un amor, un deseo o por nuestra propia salud mental. Y saltamos.

Sin embargo, no siempre hace falta un viaje para virar el rumbo y provocar un revuelo de mariposas en una espiral de emociones encontradas. Un divorcio, un trabajo nuevo, una mudanza, todos son cambios que nos ponen la vida patas arriba y nos empujan a otros hábitos, una versión diferente de nuestra persona que saldrá reforzada y segura de la decisión que tomó en su día. Porque es muy sano dejarlo todo, al menos una vez en la vida, y descubrir de lo que somos capaces. No podemos ser la señora aquella que vivía en el centro de una isla y no conocía el mar. Hay que salir de la rueda de hámster y, de algún modo, tomar las riendas de tu nave para surcar mares desconocidos, contemplar el paisaje, conversar con extraños y aprender de la experiencia. Incluso cuando los cambios no son voluntarios y lo vemos todo oscuro, cuando nos encontramos perdidos y la brújula se desnorta, hay un viaje de descubrimiento ahí escondido en el que te conviertes en un Colón en busca de tu Nuevo Mundo. Y esa puede ser una aventura apasionante.

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